Lo más bonito es subir por un camino de piedra hasta Kokoban y sufrir un poco con la cuesta a la que hay que enfrentar y que los paisanos, por lo menos uno de ellos con mil años y un buen saco a las espaldas, suben con ligereza. La utilización del sendero queda patente por la reciente instalación de farolas para poder caminar por la noche. Una vez que se llega arriba y se toma aliento se puede discutir un poco con el ejército de niños que aparecen para venderte algo tras preguntar de donde eres y entonar el consabido “hola, hola, pajarito sin cola”, que yo no se como pero se ha extendido por el país como una epidemia.
Kokoban está amurallada y para entrar hay que franquear una puerta que se cerraba cada noche hasta los 90 para prevenir posibles ataques de los enemigos. La ciudad parece que ha sufrido un reciente bombardeo con la mitad o más de las casas medio derruidas y, en efecto, fue bombardeada en la revolución de los 60 ya que aquí se refugiaron los seguidores del Iman (un tirano bastante cabroncete al que otros querían derrocar) al considerarla inexpugnable y que al final no lo fue tanto para los misiles que les tiraron y que les convencieron de que una república era tan buena como el imanato. En estos años poco se ha hecho para recuperar los edificios y así luce hoy. Alguna cisterna para conservar agua para los tiempos en que era cercada por los enemigos, algún granero excavado en la roca y unas buenas vistas sobre los valles circundantes. Desde aquí en un día claro se ve Thula y su fortaleza, campos agrícolas que en un mes, según Mohamed, estarán verdes y campos de qat que están verdes todo el año porque ya se preocupan de regarlos, algo que no hacen con la verdura. En 20 minutos se puede dar la vuelta al pueblo y volver a bajar o, para amortizar la subida, quedarse un poco más y masticar qat en la casa de algún paisano tras pagar la entrada ya que aquí, con un desarrollado espíritu comercial, exprimen al turista sea este yemení (que vienen muchos de Sana’a) o extranjero (bueno, a este un poco más).
Nosotros, para bajar, intentamos abordar el coche de algún paisanos pero no coló y bajamos corriendo. Mohamed tenía hambre y hay que ver lo que corre un yemení con sandalias por una cuesta abajo de piedras. La comida fue lo mejor del día. En una casa atestada de personal que es regentada por mujeres, una novedad para mi, nos pusimos las botas con una típica comida del país. Arroz, ensalada, carne de oveja, patatas cocidas empapadas en un líquido naranja, la inevitable salta y “bint al’assal”, una especie de pan empapado en miel que está que se sale. Fue más caro que comer pollo pero mereció la pena y nos ahorramos la cena del atracón que nos pegamos.
Vista de Kokoban en un día de mayo, casas al borde del barranco, algunas rotas y un grupo de turistas a la izquierda.
Antes de coger el taxi de vuelta comprobamos la de mierda que tienen casi todas las calles de todas las ciudades de Yemen. Esta gente no usa las papeleras y sueltan los papeles y las bolsas de qat vacías donde mejor les conviene con lo que todo queda alfombrado de basura que recorre los pueblos en cuanto se levanta algo de viento. Una pena que dudo mucho cambie en un futuro próximo.