Los diablos de Luzón
Pintados de negro, con grandes cencerros que suenan al son de sus carreras, con unos cuernos de toros de lidia sobre la cabeza, los diablos de Luzón recorren las calles del pueblo tiznando la cara de vecinos y forasteros que no la llevan cubierta. Se trata de una de las celebraciones carnavalescas más singulares de Guadalajara, muy rica en tradiciones en esta época del año.
Ahora se celebra el sábado de Carnaval, aunque como lamenta Rubén, uno de los diablos, “mucha gente cree que es el domingo y es una pena porque se lo pierden”. Así que el sábado de carnaval, a media tarde, los jóvenes que hacen de diablos empiezan a preparase. Se visten con una saya negra, se colocan cuatro cencerros a la cintura – llamados troncos y cañones – y se embadurnan los brazos y el rostro de tinte negro. “Antes la mezcla se hacía con aceite de oliva y hollín y después no había manera de quitársela”, nos explica Rubén, “ahora se trata de un preparado que nos hacen en la farmacia con crema y pigmentos negros que se limpia más fácil y hasta es buena para la piel”. Cuando están bien negros un ayudante ata a sus cabezas unos “cuernos de toro de lidia” que empiezan a dotarles de su terrorífico aspecto. El disfraz lo completa una patata con muescas a modo de dientes con los que parecen menos humanos todavía. Cuando está listos comienzan sus anárquicas carreras. Primero hasta la plaza del pueblo donde esperan muchos vecinos y, este año, la música de los Dulzaineros Mirasierra. Por el camino y allí mismo se van acercando a todos aquellos que tienen la cara descubierta para pintársela. “Solo respetan a las mascaritas, las figuras que van con falda, mantón o chal y una tela blanca con agujeros para los ojos y la boca”, aclara una vecina, “al resto se le pinta”. Y al que no se deja se le persigue allá donde vaya hasta lograrlo.
Tras un de un tiempo en la plaza del pueblo diablos, mascaritas y gente disfrazada, pues también hay monjas, piratas, presos, algún cardenal y mascaras venecianas, recorren las calles de Luzón a los acordes de las dulzainas cumpliendo con “su misión sustancial”, como escribe José Ramón López de los Mozos en Fiestas tradicionales de Guadalajara, “asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo, tratando de mancharlas con hollín preparado al efecto”. Se conservan documentos en donde se puede datar el origen de esta fiesta al siglo XIV, aunque, como puede leerse en la página web del pueblo, se puede adivinar que habría que remontarse mucho más para averiguar el origen real de la tradición.
Dos veteranos diablos que ya no se disfrazan, “es cosa de jóvenes”, nos cuentan como se celebraba en su época. “Entonces teníamos más días de fiesta”, dicen, “el domingo, lunes y martes de Carnaval y, a la semana siguiente, el domingo de piñata”. Eran otros tiempos, “en el pueblo vivíamos por lo menos 300 personas”, apunta uno. “O más”, añade su compañero que recuerda que “entonces todos iban disfrazados. Los jóvenes de diablos y las mujeres o algún mayor de mascaritas”. Y al recorrer el pueblo llegaban colarse por los balcones para asustar a las vecinas. “Te acuerdas cuando cogimos la escalera que utilizaban para poner la luz”, dicen entre risas, “cuando la tía Nicolasa se escondió en un arcón al vernos subir del miedo que tenía a los diablos”. Hoy no parece que se llegue a tanto, pero la tradición continúa firmemente arraigada y con futuro. Eso que a ésta, como a otras muchas, el éxodo del campo a la ciudad pareció sentenciarla de muerte. Aquí casi sucede ya que hubo unos años en que los diablos no salieron. Afortunadamente en 1992 un animoso grupo la recuperó y desde entonces no faltan a su cita con nuevas y jóvenes incorporaciones y, por primera vez este año, con una mujer disfrazada de diablo aunque no en el pueblo sino en Fitur, la feria del turismo que se celebra en Madrid. Todo sea por darlos a conocer.
Durante la dictadura los diablos seguían saliendo por el pueblo a pesar de la prohibición, eso si, con ediciones en las que hubo algo de tensión. “Cuando los señores mayores decían ‘los chicos y las mujeres a casa’ aquello se ponía feo”, cuenta otro vecino “un año, en la plaza, paso esto y se hizo una fila de hombres mayores con el garrote en las manos y las mascaritas a un lado y la Guardia Civil en el otro. Al final no pasó nada porque se llegó a una entente pero estaba prohibido ir con la cara tapada como iban las mascaritas y no les querían dejar... pero se celebró”. Y hoy continúa haciéndose. Con carreras por las calles de Luzón, tinte negro, algunos lloros de los más pequeños, la música de dulzaina y el frío propio de esta tierra en el mes de febrero.
Pintados de negro, con grandes cencerros que suenan al son de sus carreras, con unos cuernos de toros de lidia sobre la cabeza, los diablos de Luzón recorren las calles del pueblo tiznando la cara de vecinos y forasteros que no la llevan cubierta. Se trata de una de las celebraciones carnavalescas más singulares de Guadalajara, muy rica en tradiciones en esta época del año.
Ahora se celebra el sábado de Carnaval, aunque como lamenta Rubén, uno de los diablos, “mucha gente cree que es el domingo y es una pena porque se lo pierden”. Así que el sábado de carnaval, a media tarde, los jóvenes que hacen de diablos empiezan a preparase. Se visten con una saya negra, se colocan cuatro cencerros a la cintura – llamados troncos y cañones – y se embadurnan los brazos y el rostro de tinte negro. “Antes la mezcla se hacía con aceite de oliva y hollín y después no había manera de quitársela”, nos explica Rubén, “ahora se trata de un preparado que nos hacen en la farmacia con crema y pigmentos negros que se limpia más fácil y hasta es buena para la piel”. Cuando están bien negros un ayudante ata a sus cabezas unos “cuernos de toro de lidia” que empiezan a dotarles de su terrorífico aspecto. El disfraz lo completa una patata con muescas a modo de dientes con los que parecen menos humanos todavía. Cuando está listos comienzan sus anárquicas carreras. Primero hasta la plaza del pueblo donde esperan muchos vecinos y, este año, la música de los Dulzaineros Mirasierra. Por el camino y allí mismo se van acercando a todos aquellos que tienen la cara descubierta para pintársela. “Solo respetan a las mascaritas, las figuras que van con falda, mantón o chal y una tela blanca con agujeros para los ojos y la boca”, aclara una vecina, “al resto se le pinta”. Y al que no se deja se le persigue allá donde vaya hasta lograrlo.
Tras un de un tiempo en la plaza del pueblo diablos, mascaritas y gente disfrazada, pues también hay monjas, piratas, presos, algún cardenal y mascaras venecianas, recorren las calles de Luzón a los acordes de las dulzainas cumpliendo con “su misión sustancial”, como escribe José Ramón López de los Mozos en Fiestas tradicionales de Guadalajara, “asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo, tratando de mancharlas con hollín preparado al efecto”. Se conservan documentos en donde se puede datar el origen de esta fiesta al siglo XIV, aunque, como puede leerse en la página web del pueblo, se puede adivinar que habría que remontarse mucho más para averiguar el origen real de la tradición.
Dos veteranos diablos que ya no se disfrazan, “es cosa de jóvenes”, nos cuentan como se celebraba en su época. “Entonces teníamos más días de fiesta”, dicen, “el domingo, lunes y martes de Carnaval y, a la semana siguiente, el domingo de piñata”. Eran otros tiempos, “en el pueblo vivíamos por lo menos 300 personas”, apunta uno. “O más”, añade su compañero que recuerda que “entonces todos iban disfrazados. Los jóvenes de diablos y las mujeres o algún mayor de mascaritas”. Y al recorrer el pueblo llegaban colarse por los balcones para asustar a las vecinas. “Te acuerdas cuando cogimos la escalera que utilizaban para poner la luz”, dicen entre risas, “cuando la tía Nicolasa se escondió en un arcón al vernos subir del miedo que tenía a los diablos”. Hoy no parece que se llegue a tanto, pero la tradición continúa firmemente arraigada y con futuro. Eso que a ésta, como a otras muchas, el éxodo del campo a la ciudad pareció sentenciarla de muerte. Aquí casi sucede ya que hubo unos años en que los diablos no salieron. Afortunadamente en 1992 un animoso grupo la recuperó y desde entonces no faltan a su cita con nuevas y jóvenes incorporaciones y, por primera vez este año, con una mujer disfrazada de diablo aunque no en el pueblo sino en Fitur, la feria del turismo que se celebra en Madrid. Todo sea por darlos a conocer.
Foto de familia de los diablos de Luzón en los Carnavales 2008
Durante la dictadura los diablos seguían saliendo por el pueblo a pesar de la prohibición, eso si, con ediciones en las que hubo algo de tensión. “Cuando los señores mayores decían ‘los chicos y las mujeres a casa’ aquello se ponía feo”, cuenta otro vecino “un año, en la plaza, paso esto y se hizo una fila de hombres mayores con el garrote en las manos y las mascaritas a un lado y la Guardia Civil en el otro. Al final no pasó nada porque se llegó a una entente pero estaba prohibido ir con la cara tapada como iban las mascaritas y no les querían dejar... pero se celebró”. Y hoy continúa haciéndose. Con carreras por las calles de Luzón, tinte negro, algunos lloros de los más pequeños, la música de dulzaina y el frío propio de esta tierra en el mes de febrero.
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