Durante los últimos días he acompañado al buen amigo Fathi a comprar qat. En estas visitas al zoco con más movimiento de la ciudad he comprobado que cuando las hojas de qat llegan a mi boca han sido manoseadas y olisquedas por al menos cien individuos. La cosa es así:
Un féliz vendedor de qat en su puesto a la espera de incautos.
El honrado vendedor de la droga nacional espera en su puesto la llegada de clientes. Estos, en un ramillete que en las horas punta alcanza el grado de avalancha, le piden una bolsa para comprobar la calidad del producto. El vendedor se resiste un poco, está atendiendo otras peticiones, así que, después de reclamar su atención con varios gritos y un par de meneos, ofrece una bolsita de su mercancía. El comprador la abre, examina las hojitas sacándolas de la bolsa con cuidado, les da la vuelta, se lleva la bolsa a la nariz para confirmar la frescura del producto, vuelve a meter la mano para ver si son tan suaves como parece, prueba una, no le gusta y devuelve la bolsa al fulano pidiéndole 'qat de verdad'. El vendedor la guarda raudo en un saquete que hay a sus pies o entre el zaub (traje blanco típico) y la camiseta abanderado que viste, y saca otra con un contenido parecido. Aún así, el que compra repite el examen con cuidado mientras la bolsa que examinó primero está en manos de otro tipo que hace la misma operación.
Lo he visto cientos de veces. Tipos poco aseados manoseando una bolsa de qat tras otra, moviéndose de vendedor en vendedor hasta que por sus manos y narices han pasado unas cincuenta, para después decidirse con una que probablemente no es la mejor ni la peor pero es la que le inspira más confianza. Con la bolsa que quiere comprar, a veces son más, en la mano empieza el regateo. Que si son mil. Que si estás de coña, toma 500 y tira millas. Que no, que esto es miel y se deshace en la boca. Bueno, parece bueno, toma 600... Así un rato hasta que uno de los dos se cansan y se pone fin al regateo con la compra o con la visita a otro 'expendedor de hojitas'. Lo que más mola es cuando no se llegan a poner de acuerdo del todo pero el comprador considera su oferta razonable y tira los billetes al regazo del vendedor y se da la vuelta y se pira. El otro empieza a dar voces, ven p'acá fulano que me debes 200, el otro no se da la vuelta y sigue andando, pero donde vas hijo de los judíos... pagamé todo, el fulano no hace ni caso y continúa su camino y entonces pasan dos cosas: que el vendedor considere que el esfuerzo de ir a buscarlo es mayor que la ganancia, sobre todo con otros tres tipos alrededor con sus bolsas en la mano que pueden desaparecer en cualquier momento y piense 'ya te pillaré'; o que se pique, se levante y vaya tras él con lo cual la cosa termina con más voces, algún forcejeo y la intervención de los 50 yemenís que hay alrededor. Un cachondeo, vamos.
Nuestro vendedor habitual de los últimos tiempos. El qat: las bolsas, el bulto de la tripa tras la jambia y, por supuesto, el bulto del carrillo.
Por cierto. Si una virtud de los buenos vendedores es conocer el producto podemos asegurar sin temor a equivocarnos que los que despachan qat lo conocen mejor que bien. No hay más que ver con que alegría acaban con parte de sus existencias antes de haberlas vendido venga a meterse hojitas en la boca. Lo que yo no acabo de entender es como pueden hacer negocios hasta las trancas de qat. Será que están acostumbrados, digo yo.
Ale, un saludo a todos y a pasarlo bien.
PD: Para tranquilidad de familiares y amigos informo de que solo mástico qat dos días a la semana. Empecé más valiente pero no era capaz de memorizar las nuevas palabras que estudiaba. Ahora le pego menos pero aprendo (y hablo) más.
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2 comentarios:
Muy divertido!!, asi me gusta,menos qat y mas estudias, menos qat y mas es....
Recuerdos a todos, todos ..incluido el camello del molino.
Así te pasa, Nacho, que luego llegas a España y con dos cervezas vas que no te tienes. ¿Recuerdas en ferias con Antoñito Lozano? Como una cuba, Franco, como una cuba.
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